Cuento "La abuela tejedora". A tejer puntadas fáciles.
La abuela tejedora
Ahora la comprendo. Recién ahora que
vivo de recuerdos y no de proyectos. Jamás entendí a mi abuela, pero
ahora que tengo casi su edad, comprendo todo perfectamente.
Siempre viene a mi memoria la imagen de
mi abuela tejiendo. Tejía todo el día, sentada en su sillón maltrecho,
pero preferido. Me llamaba la atención que tejía sin mirar, como de
memoria, como si la vista no fuese un sentido necesario para realizar
esa labor. Su mirada se perdía en horizontes, presumo, lejanos y ya
inexistentes.
Tejía y
tejía y yo me preguntaba para qué, pero sobre todo para quién. Nadie
usaba sus bufandas, sacos y mañanitas, pero los ella seguía tejiendo. Lo
más extraño es que tejía a sabiendas que esas prendas no tendrían uso
alguno.
Era interesante observarla. El
movimiento de sus manos, la cadencia de las agujas que suavemente
subían, bajaban y se metían en de la trama de la prenda, como quien
entra a un lugar que le es amigable, familiar.
El tejido de turno, reposaba siempre en
su regazo, lánguido, adormilado. Ella no lo mirada, jamás controlaba si
algún punto se había zafado o si se le había enredado el ovillo de lana.
Parecía que tejer la transportaba a otro
mundo donde ni siquiera el propio tejido era parte. ¿Para qué y para
quién tejía? Me cuestioné una y otra vez durante toda mi infancia y
hasta que ella murió.
No es que no se lo haya preguntado, sino
que jamás comprendí sus respuestas. Cada vez que se lo preguntaba, la
respuesta era diferente al anterior.
– ¿Para qué tejes abuela?
– Por si refresca – Contestaba sin mirarme siquiera.
– ¡Pero, es verano abuela!
– Nunca se sabe hija, hay que estar preparada.
– ¿Para quién tejes abuela?
– Pregunté en cierta ocasión.
– María tendrá un bebé – Respondió distraída.
– María es apenas una niña, tiene tan sólo diez años
– Ya crecerá – Contestó muy segura.
– ¿A quién le tejes esa bufanda?
– Al tío Alfredo – Dijo sonriente
– Abuela, el tío Alfredo murió hace un año.
– Me la pidió antes de morir.
Todas sus respuestas eran confusas y
atemporales. Un día, decidí no preguntar más. Me desconcertaba ese
tejido eterno de sus días y alguna que otra noche.
Las agujas parecían una extensión de sus
manos y el tejido, otra parte de su cuerpo. Le dolían las manos, se le
notaba en el rostro. A veces dejaba de tejer tan sólo un momento, las
acariciaba y como presa de un mandato interno volvía a tejer enseguida,
como si algo la obligase a estar permanentemente tejiendo.
¿Por qué tejes abuela si te duelen las manos? – Le pregunté más de una vez.
La respuesta era siempre la misma.
– Si no tejo, me dolerá el corazón.
Tampoco entendí esa respuesta ¿Qué tenía que ver el corazón con el
tejido? Sin dudas, mi abuela era un ser inabarcable para mi.
Cuando se es un niño o un joven, las
personas tendemos a ser presumidamente seguros, estúpidamente
petulantes. Creemos que la niñez o juventud es una especie de documento
habilitante para emitir opiniones, afirmar sin saber, sentenciar sin
haber analizado.
Ahora me doy cuenta que eso fue lo que
hice con mi abuela. Crecí con la imagen de esa mujer tejiendo “en vano”.
La despedí con la tristeza de sentir que ella había perdido su tiempo.
Recuerdo que una vez le pregunté a mi madre si la abuela había tenido
siempre la costumbre de tejer.
– No pobre, jamás pudo – Dijo mi madre un poco triste y continuó.
– Siempre estuvo muy ocupada criando a
sus hijos, ocupándose de la casa, cocinando, ayudándonos con la tarea.
Vivió para los demás realmente. Desconcertada le dije:
– Entonces ¿Por qué no descansa ahora
que ya no debe ocuparse de nadie? ¿Por qué se empecina en estar ocupada
todo el tiempo tejiendo para nadie, en vez de aprovechar su tiempo libre
y descansar?
Mi madre no me contestó.
El tiempo pasó para mi abuela, para mi
madre y está por pasar para mi también. Recién ahora que estoy tan cerca
de ser un recuerdo, comprendo perfectamente para qué y para quién tejía
mi abuela. Lamento no haberlo hecho antes.
Tejía para sí, no para otros. Las
bufandas, gorros y guantes eran una excusa para no sentirse vacía,
inútil. Ahora entiendo ese mandato interior, yo lo escucho también.
Es muy difícil para alguien que vivió
cuidando de otros, sentir que no se es necesaria. Cuando los años pasan y
se acaban las tareas, las esperas, los cuidados, algo de nosotras se
esfuma con el calendario. Cuando los hijos crecen y parten, se llevan
mucho –demasiado- de nosotras.
Dicen que así es la vida, y así ha de
ser, pero es difícil -no de entender- sino de transitar. Siento pena por
mi abuela, siento tristeza por no haberla comprendido, pero claro, no
era mi tiempo de entender ciertas cosas.
Ahora la recuerdo de otra manera, la
comprendo desde lo más profundo de mi ser. Levanto la mirada como para
verla en algún lugar y luego la bajo y se pierde en el tejido que reposa
en mi regazo.
Fin
una historia preciosa, y es verdad yo no soy abuela pero me gusta hacer cosas y sentirme util, desde que me opere me he quedado un poco limitada y no tejo pero hago manualidades coso etc, cosas que puyedo hacer sentada y te comprendo, con lo de tu abuela l caso es sentir que los demas te siguen necesitando aunque no sea verdad, besssssss y me ha gustado mucho este recuerdo
ResponderBorrarGracias por tu comentario, que te mejores pronto recibe un abrazo en la distacia con cariño.
ResponderBorrarMe encantó leer tu nota, y veo que no se está distante de mi recuerdo de muy ninã, casi que a los 3 añitos aprendi a tejer, justo com mi abuelita y mi mamá, y eran de plástico las agujas, yo y mi hermana, aprendimos asi, y desde entonces siempre hicimos muchas cosas en el colegio, y despues cuando crescimos, me pasé mi adolescencia, mi juventud siempre haciendo y criando moda, cosas diferentes y únicas, siempre buscaba , no la repetición que me cansaba pero si la criación...algo diferente y único, en muchos momentos venia la criación y lo hacia, sabia que vivir de artes no era rentable, ni siempre las personas te pagan lo que realmente deveria ser, asi que no escogi la profision de artes, pero los años fuerón pasando , y hoy, no soy abuela todavia, pero me dedico a criar, expuse en feiras de artesanato internacional, tube mi tienda, conoci dueños de grifes, les gustaba mi exclusividad, pero yo no estaba todavia contenta, hace algunos meses atrás resolvi exponer, en un lugar que yo escoji, solamente a los viernes y sabados por la noche, mucha gente circulando, un salón rústico (mucha madera) y plantas en el ambiente, siempre um cantor, bebida y comida, y lo principal....mis cosas de crochet, tricot, macramé, etc...arreglados de tal forma que ...que todos lo ven y compran (sinó comprán, no bajó el precio, porque sé que en el proximo viernes y sabado serán comprados) y todas las semanas me encanta mudar todo de posición... pero todavia no deje de seguir mi profisión...esto por encuanto es una diversión diferente....y el valor que aprendi com mi abuelita fué, la arte es nata del ser humano puede existir, sobrevivir y morir con uno mismo...pero ella se quedará impregnada en el subsconsciente de alguién que quiera hacer lo mismo...la arte es una rueda de enseñanza, besos de tu amiga virtual... Antonieta O.Noriega
ResponderBorrarAmiga tu historia me ha emocionado hasta las lágrimas y vinieron a mi los recuerdos de mi abuela en el campo. Ella por las tardes solía hacer un intento de tejido o hacía unos bellos y muy originales bordados, sobre todo en estos largos inviernos patagónicos. Siempre estaba sentada cerca de la cocina con sus hornallas encendidas para estar más calentita y sobre su regazo tenía sus bordados y sus ovillos, siempre en compañia de mi tía Olga. Hermosa historia que ha despertado en mi recuerdos casi olvidades, olores de mi infancia y calorcito de hogar.
ResponderBorrarGracias amiga por este bello regalo
Besos
Sonia